9 de noviembre de 2015

Resonancias de lecturas Zen.

Creo en el Zen como quien cree que lo que tiene en frente es todo (sin ser eso una ilusión o representación de otra cosa, sin ser un símbolo de nada y sin significado más allá de su sola presencia).

No creo en el Deseo en tanto motor de una búsqueda objetiva. Buscamos, es cierto, nos inclinamos hacia adelante, anhelamos, pero no sabemos qué. El deseo es una construcción en parte social, en parte íntima. Sin embargo, la imposibilidad de captar la realidad tal como el Zen la plantea (no somos iniciados ni mucho menos), nos hace pensar que lo que deseamos existe en relación a una posible carencia. Suponemos, entonces, que la manera en que estructuramos el deseo nos va a satisfacer en la medida en que consigamos realizarlo. Pero esto no sucede así, lo sabemos porque lo experimentamos y, sin embargo, lo negamos discursivamente al punto que creamos patologías. Las llamamos insatisfacciones, amarguras y depresiones, y las tratamos mediante diferentes técnicas. Los tratamientos (todos), son paliativos poco útiles porque toman como base la realidad del problema. Tratan (dan tratamiento) a las patologías según creen en su existencia. Con esto, niegan la realidad de la ausencia de Deseo. Nadie puede desear lo que no sabe es lo que busca o necesita.


Pongamos como ejemplo las relaciones amorosas: uno imagina lo que debe buscar y acaba por encontrar lo inimaginable.

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