Creo en el Zen como quien cree que lo que
tiene en frente es todo (sin ser eso una ilusión o representación de otra cosa,
sin ser un símbolo de nada y sin significado más allá de su sola presencia).
No creo en el Deseo en tanto motor de una
búsqueda objetiva. Buscamos, es cierto, nos inclinamos hacia adelante,
anhelamos, pero no sabemos qué. El deseo es una construcción en parte social, en
parte íntima. Sin embargo, la imposibilidad de captar la realidad tal como el
Zen la plantea (no somos iniciados ni mucho menos), nos hace pensar que lo que
deseamos existe en relación a una posible carencia. Suponemos, entonces, que la
manera en que estructuramos el deseo nos va a satisfacer en la medida en que
consigamos realizarlo. Pero esto no sucede así, lo sabemos porque lo
experimentamos y, sin embargo, lo negamos discursivamente al punto que creamos
patologías. Las llamamos insatisfacciones, amarguras y depresiones, y las
tratamos mediante diferentes técnicas. Los tratamientos (todos), son paliativos
poco útiles porque toman como base la realidad del problema. Tratan (dan
tratamiento) a las patologías según creen en su existencia. Con esto, niegan la
realidad de la ausencia de Deseo. Nadie puede desear lo que no sabe es lo que
busca o necesita.
Pongamos como ejemplo las relaciones
amorosas: uno imagina lo que debe buscar y acaba por encontrar lo inimaginable.
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