El sol se veía pálido detrás de los monoblocks. Yo me había
bajado de un remís hecho percha, un Fiat Regatta con el escape pinchado,
quilombero. El remisero era un gordo que había tenido una panadería en el
barrio por los 90. Se cansó de que lo afanaran los mismos pibes del barrio y
ahora manejaba el auto que le prestaba su cuñado, a quien le daba un treinta
porciento. No trabaja para una remisería, era chofer privado, me dijo, y el
auto se fue cayendo con los años. El teléfono me lo pasó la piba que me voy a
coger ahora. La conocí por chat un viernes, uno de tantos en los que me sirvo
un whisky y salgo de cacería por la red. La red… linda mosquita me cayó.
El teléfono me lo dio porque al barrio no entra cualquiera.
Y yo soy cualquiera, haciendo cualquiera. Además estos monos te huelen el culo,
y si estás un poco cagado te la dan. Corta la bocha. Los odio. Me odian. Pero
yo hoy la pongo. Se la pongo contra la pared sin revocar y con el reguetón bien
al palo, como yo.
Al toque que bajé del Regatta me llegó olor a perro muerto,
qué lugar de mierda. Enfrente había un paredón con pintadas políticas y detrás
de él, un matadero. En realidad el paredón dividía dos tipos de mataderos (qué
tipo piola que soy). Viva Perón.
La pendeja estaba sentada sobre una parecita y en cuanto me
vio bajar se me vino moviendo el culo que mezclado con el olor, el paredón y el
atardecer sucio, me dieron más ganas de coger. Cuando chateamos me había
mandado algunas fotos pero la realidad era mucho, pero mucho más carnosa y
exuberante. Aguante el 3d, porque al menos 3 dedos le pienso colar a la guacha.
Dios bendiga a estas pibas, que van al frente como una costera criolla. Es así.
Ni te hacen luces, te pasan directamente por encima.
Pero ojo, que no todo era perfumito, cualquiera con la
sangre en la cabeza y no en la pija sabe que ahí te ven entrar y te esperan
hasta que salgas, seco y mareado de tanta bomba (eso espero), para dártela.
Porque estos negros de mierda te dicen puto pero los putos son ellos. Pero qué
carajo te puede importar con un rosquete que te deja amnésico desde el primer
momento en que le metés mano. Porque fue así, no aguanté ni tres pasos, ni el
gordo había puesto primera que yo, frente a las vacas muertas, frente al
paredón Peronista y frente a ese sol pecho frío, le metí una mano bien
profunda, hasta ese centro caliente alrededor del cual gira el puto universo
entero. Benditos los agujeros negros y el paralítico ese del documental que no
para de hablar de conchas estelares. Yo estaba igual, con la piernas que no me
respondían y babeando. Y si no la ponía enseguida iba a quedar pijapléjico.
Pero ya estoy bien. Todo pasa. A la madrugada llamé de nuevo
al gordo y en cuanto lo escuché desacelerar me hice un pique para no darle el
gusto a nadie. Las piernas me respondieron bien, la piba fue un lujo, y la vida
es altamente recomendable.
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