27 de octubre de 2008

El sonido y la alimentación. Parte 2 de mi vitalogía.

Nunca comemos solos. La primera experiencia alimenticia es umbilical, luego, amamanticia, y finalmente (¿?), individual, por decirlo de alguna manera. Pero siempre ha sido, fundamentalmente, íntima.

Alimentarse es la constitución propia de la intimidad. La comunión más importante es con nosotros mismos, con nuestro cuerpo. Y si de cuerpo hablamos, hablamos de sentidos, de formas de sentir, de sentirnos, de captar, de aprehender. Alimentarse es una captura. Un hacer cuerpo lo que no es cuerpo. Tener alma es tener hambre.

“El hambre soy yo. Por hambre entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad Allá donde no hay nada, imploro que exista algo.” Amelie Nothomb.


Uno se alimenta con todos los sentidos. Y aunque los separemos, y aunque al acto de comer lo identifiquemos principalmente con el gusto, la cuestión va más allá. Comer es una experiencia unificadora, sintética.

Alimentarse es componerse, y la compostura es un estado de equilibrio, de armonía. Eso es la homeostasis. Por eso hay que tener en cuenta al sentido como a un todo, y comprender que, a los seis tradicionales (visión, gusto, olfato, tacto, audición y equilibriocepción) se le adosan la interocepción y la propiocepción.




El sonido, a pesar de su apariencia incorpórea, es un elemento físico. Y como tal, trasciende el mero sentido auditivo. El sonido es onda, frecuencia, vibración, y esas cualidades, propias del cuerpo, y del alimento en contacto con él, son también componentes del sujeto gastrónomo.

En relación al órgano el sonido es sintónico, afín, es decir, afinado a su correspondiente cuerpo. Cuerpo y sonido se remiten constantemente. Cada órgano emite un sonido. Y la integridad del cuerpo, con su predominante aparato digestivo, emite una vibración sónica / tónica. Un sonido fuerte y brusco puede desorganizar al cuerpo hasta el punto de infartar al corazón y provocar la muerte.

“Fabien Maman, compositor francés, acupunturista y bioenergetista, y Helene Grimal, una bióloga, experimentaron con células saludables y células cancerosas para ver cómo responden a la voz y a los varios instrumentos. En su libro El Papel de la Música en el Vigésimo primer Siglo, Maman reporta que entre los dramáticos efectos de sonido que capturaron en sus fotografías, estaba la progresiva desestabilización de la estructura de células cancerosas. Cuando Maman tocaba sonidos que progresaban hacia arriba de la escala musical, las células cancerosas eventualmente explotaban.”

El comer con música puede ser un complemento alimentario positivo, como también negativo. No por nada hay una correspondencia de hábitos entre determinados tipos de música y comidas. No creo que los tres acordes del punk ayuden a descomponer y asimilar un plato compuesto y elaborado. Y sin entrar en disquisiciones musicales, creo que la música es evocativa y alusiva al cuerpo y su organicidad. La variedad e irreductibilidad de la música se corresponde con la variedad e irreductibilidad de los órganos y sus funciones.

“Un ejemplo, los riñones filtran la sangre, pero si el sodio que queda está demasiado concentrado o demasiado diluido, entonces nada funciona. Entonces, para que los riñones hagan bien esta tarea, es preciso que todos los demás órganos y glándulas del organismo funcionen bien, el páncreas, el intestino, el hipotálamo, etc. Esto es la homeostasis”. David Servan-Schreiber.

¿Será un buen músico aquél capaz de traducir a música los sonidos requeridos por su cuerpo, las necesidades sonoras de sus órganos? ¿El principio de armonía, es la homeostasis?





Mmmmm: sonido de lo delicioso. De la satisfacción. Armónico. Integrador. Pro-evocador de la unidad, de la organización orgánica primigenia. Sonido ahogado, cavernoso, amniótico, ventral, (mmm) maternal, (mmm) mamario. Sonido envolvente. Contexto acústico de la gestación. Grave y sostenido. Alterable por el hambre, llevado a pico, a tono alarmante; llanto y grito. El que no llora, no (mmm) mama.

Pequeña observación: el gesto de “más o menos” es una mezcla del sonido (mmm), pero acompañado, contrariado, balanceado, por el bloqueo nasal, el fruncir de la nariz. Es el gesto de la ambivalencia, gusto y disgusto a la vez.

El mantra Om (mmm), que según el Hinduismo es el sonido primero del universo y el origen de todos los mantras, tiene como función primordial liberar a la mente del condicionamiento material y elevar la conciencia a un plano superior o espiritual. Sin embargo, para mí la función no es de liberación, sino de integración. Nuevamente: de captura.

La geometría que asocio a la letra eme es (no podía ser otra) circular. Lo redondo es… cómo decirlo, una especie de ”todo en orden”, un universo que cierra. Es el plato. Es más, es la manera del plato, su forma de ser. Porque un plato es, ante todo, símbolo de alimento. Y la redondez: el puro sentido del sentido.

La palabra es fundamentalmente sonido. La palabra es un complemento del alimento. Tiene, como tal, un más allá del embalsamado significado del diccionario. El tono las configura. Su “musicalidad” devela intencionalidades secretas. Segrega, como un órgano, una verdad incomprensible y funcional. La afasia nos muestra la extensísima anatomía del lenguaje oral.

“Los afásicos tienen un oído infalible para todos los matices vocales, para el tono, el timbre, el ritmo, las cadencias, la música, las entonaciones, inflexiones y modulaciones sutilísimas que pueden dar (o quitar) verosimilitud a la voz de un ser humano. «Se puede mentir con la boca», escribe Nietzsche, «pero la expresión que acompaña a las palabras dice la verdad.” Oliver Sacks. Capítulo “El discurso del presidente”, de su libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”.

Nietzsche tiene razón. Pero Malcolm Povery también. El físico e investigador, comenta sobre su estudio del sonido de los alimentos:

“La boca no miente. El sonido que hace la comida al ser ingerida predispone a comerla. Durante el primer mordisco se producen ondas ultrasónicas que son recibidas y analizadas por los oídos y por la boca. Aún no sabemos cómo los humanos hemos conseguido ser tan rápidos en el análisis de los ultrasonidos".

La palabra es una expresión genuina del órgano (mmm). El lenguaje común es un órgano común. La literatura es también la formación de nuestro cuerpo. Proust comió esas magdalenas tanto como nosotros sus palabras.

¿Analizar las palabras e interpretarlas como psicología? ¿Darle un cuerpo a la psique? No hay una epistemología alimenticia. El psicoanálisis propone una dietética general. Resulta atractivo, claro, por pretensiones de saciedad. El consejo nutricional supremo, es neutro: coma de todo. Y el psicoanalítico también, dígalo todo. Y volviendo a Nietzsche:

“(…) La conciencia surgirá siempre como residuo. Son los impulsos en su afán de satisfacerse los que interpretan los estímulos en la forma de una representación. (… ) Se trata de una dinámica de nutrición en la que los impulsos se alimentan con lo primero que encuentran a su paso. Sólo en el momento de la alimentación nace la vivencia como una interpretación hecha por los impulsos. (…) Sin embargo, lo real, los estímulos y los impulsos como tales, siempre serán inaprensibles. La realidad del hombre siempre será una fabulación."

La comida, siguiendo a trompicones a Nietzsche, sería, al igual que la conciencia, un efecto residual de la alimentación. Lo que se come, aunque importantísimo, no es central. A lo que verdaderamente hay que prestarle oído, es a aquello que se alimenta. Porque allende a los nutrientes, al sabor, y a todo el sentido gastrosófico imaginable, se da en nosotros el estado del hambre. Un estado de fuerza eterno, tautológico. Creador de residuos al tiempo que reciclador. Un existente inaprensible, como la música para el músico, como el sonido para la boca. Incluso, como la comida para el estómago. Una cosa que existe solo en el momento de su eliminación. Un pasar. Pero que perdura, claro, en la forma de su instrumento. Que resuena, que se cristaliza en plato, en palabra, en cuerdas y teclas, en sus formas de ser. En definitiva, en formas. Y estar en forma será siempre consecuencia de una escucha y de una respuesta afinada. De un diálogo con el aquello hambriento. Sin embargo, la conciencia, como la comida, pueden resultar fatales: a los efectos, una bacteria equis puede ser tan perjudicial como la anorexia.

¿De qué enferma uno? De lo mismo. Y de ruido. ¿Qué sana? Lo de siempre. Y el alimento. El círculo cierra con el gesto solidario, con el afecto como plato principal. Hay que buscar eso en cada bocado. Uno jamás se alimenta solo.

Click aquí, para ver la parte 1 de mi vitalogía.

1 comentario:

Alex dijo...

"Tener alma es tener hambre."

No sabés cuán cierta es esta frase.

Luego vengo y lo leo con mucho detenimiento (pero ahora me tengo que ir rajando)