El río no es el agua ni su lecho, es, temo (y temo en serio), la relación tempestuosa que ambos tienen.
Soy un mal turista. Las maravillas naturales (en este caso los paisajes de montaña) no me procuran sosiego alguno; el cuerpo revoleado por los rápidos, los ojos desbarrancados… Mi espíritu, bonaerense, comprimido, atajado por paredes y veredas, se vuelve incontinente y busca recogerse inútilmente.
Mi temperamento no es el del observador, que se contenta con apreciar aquello (la naturaleza) de lo que está hecho (el narcisismo tiene mil rostros, y cada rostro, mil facetas): la contemplación de los elementos naturales (materialmente no diferimos de nuestro contexto, las cosas necesariamente están hechas de su afuera) es una forma de sobrenaturalizarse. Mi narcisismo es otro (también cabría interrogarme así: mi narcisismo es Otro).
Como naturaleza que soy no puedo dejar de sentirme gobernado y tiranizado por mis propias debilidades. El primer día que llegué a este nuevo hábitat y vi la enormidad brillante del lago no pude pensar sino en ahogarme. El segundo día lo crucé a nado: no iba a estar en paz hasta recorrer su cuerpo, que es el mío.
Mi tranquilidad la gano, únicamente, enfrentando aquello que me desafía. Y la naturaleza, con todo lo prescindible que le resultamos, no hace más que rodearnos (compréndase, también, acorralarnos). Pacificarme implica nadar, correr, trepar, comer y beber: adoro una jornada al sol y postergar lo más posible el trago fresco; disolverme corriendo, reabsorberme, bebiendo.
Lo único que me limita es el amor (sea el miedo a la muerte) de mis afectos: “que no nade más lejos, que no corra con tanto calor”… tendrán razón. No obstante, poco entiende el lecho y el agua, del río que los demás ven.
Hay más vida en sobrevivir que en vivir.
19 de febrero de 2010
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5 comentarios:
Yo de vacaciones me entrego a disfrutar a sabiendas que terminaré extrañando la rutina laboral que tanto disfruto, la que puedo acomodar a mis gustos y sobrellevarla mejor que muchos que conozco.
Ya cuando salimos rumbo al destino elejido se si serán vacaciones de hacer nada o vacaciones de recorrer, en las primeras volviendo a lugares conocidos como cordoba llevo libros, peliculas y musica conmigo y voy de la pileta a la sombra a la siesta al asado y cada tanto alguna compra en el pueblo cercano. Si son de recorrer vamos armando paseos en auto, bici o caballo para conocer o volver a visitar lo que antes ya gustó, siempre contemplando el gusto de esposa, adolescentes de hijas y el mio messmo.
Pero siempre cada lugar logra (o viceversa) conectarse conmigo de maneras sutiles y profundas.
hasta la vista!!
rastelman
Hola Die!!!
Me gustó tu manera, con lo que no estoy tan de acuerdo es con tu cierre y es raro, generalmente adoro tus cierres. No sé si hay más vida en sobrevivir que en vivir, más esfuerzo sí.
Besitos
Rastelman: creo que lo más interesnte de ese período llamado vacaciones (que no necesariamente es lo mismo que ese otro período llamado viaje), es la relación que logramos con el hábitat y cómo nos reconfiguramos en él. Lo sutil y lo profundo que mencionás, que tantas veces son lo mismo, se comprende en cómo nos repercibimos a nosotros y al mundo, en cómo se desnuda la naturaleza de nuestros sentidos, que es tan amplia y generosa que asusta.
Hola, Alex!: Bueno. El esfuerzo (el físico que supone adaptarse a contextos distintos, tanto desde lo cultural, pero sobre todo desde lo más básico y vital como es la geografía) es el signo más acabado de supervivencia. Lo que somos, despojado de sus habituales, tiene que re-capturar elementos distintos y tejer con ellos una relación nueva. El riesgo es siempre alto!! Estamos acostumbrados a la costumbre. Olvidamos que la tranquilidad (relativa) con la que vivimos es el resultado de millares de muertes. Como especie, en sí, ya somos sobrevivientes. Luego cada quien tendrá o no la oportunidad de experimentar en carne propia lo terrible que eso puede ser. Yo, por lo pronto, apenas me asomé a eso.
Solamente un tipo con buen estado físico puede escribir algo así. Ud. debe estar (o ser) soltero.
Yo no solamente pensaría en ahogarme, sino que además controlaría que el nivel del agua no sobrepasase mi cintura, temiendo que alguna corriente marina me pueda succionar y enviar al fondo del mundo como en el cuento de Poe.
Claro que antes de todo esto tendría que encontrar mi cintura.
Bueno, espero que no se canse de luchar contra la naturaleza. Al fin y al cabo es como luchar contra uno mismo.
Una vez una mujer hermosa me dijo: tengo menos cintura que un paquete de pastillas. Por supuesto, el humor, la absolvía de tal nimiedad. De la misma manera, mi mujer me absuelve de los rigores del matrimonio.
El cuento de Poe que cita, como el resto que no cita, es maravilloso, aunque adolece de algo: no describe ni remotamente las aguas en las que nadé: que fueron mansas como el amor de un perro.
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