12 de abril de 2010

La expresión hace al ensayista; la interjección Armstrong.

Tiene razón Rafael cuando nos dice que el ensayista es, antes que nada, una voz. Yo tomo eso tanto en su metáfora como literalidad. ¿Pero qué se expresa con el ensayo? ¿Cómo el ensayo permite la expresión? ¿Qué cualidades manifiesta la expresión en las formas ensayísticas? ¿Y su función?




Ahora sé que la palabra escrita y el texto, tal como yo me relaciono con él, es solo una forma de ensayar. Forma en la que, claro, soy libre al tiempo que esclavo. En esto hay mucho de cualidad pasional. De las pasiones, que son la flor de la vida al tiempo que raíz, raíz que aterra, que en tierra nos deja.

Ese tonos temporal de la pasión, el mismo que el de la botánica (donde el tiempo de la flor es anacrónico al de la raíz, aunque compartan un mismo espacio y cuerpo, el de la planta -en nuestro caso dicotomía entre el cuerpo textual/físico y la expresión), nos muestra la perversidad y también el atractivo de la sincronía, que es, a las claras: gratificación, pero, inmovilidad; es la incomodidad del defasaje un requisito para la mutación. Estamos hechos de desplazamientos, de sucesiones.




La expresión, a través del ensayo, posibilita la fuga del método que el ensayo mismo se supone es. El ejercicio de “asomarse a las cosas” como definía Montaigne o Rafael (no recuerdo) al ensayo, es una manera de restituirse a lo indómito que somos: porque ponerse “fuera de sí”, “sacarse”, en ese asomo a las cosas, es un acto a la vez de curiosidad y violencia: es una forma de forzar. El ensayo es un rasgo de primitivismo biológico y barbarismo cultural que parte desde el corazón mismo del canon estético que nos ha construido: siempre hay un sabor a traición en el ensayar, y a uno mismo, por dañarse al hacerlo: no pocas veces que uno se asoma a las cosas, cae en problemas: desde empantanarse en un delirio hasta dañar las cuerdas vocales, como cualquier otra cosa.

“En todo gran arte hay un animal domado”. Wittgenstein.

De las formas y maneras.
El mismo acto de caminar puede servir al ensayista. Pensemos en la figura del Flâneur, ¿no es posible en esa expresión experimentar la hipótesis del libre albedrío o, incluso, sobre nuestra noción de topografía? Pensemos: el topos como hábitat, y el hábitat como núcleo del Ethos, ese que propicia la ética sobre la cual fundamos, entre otras cosas, una política; todo un sistema de relaciones que pone de manifiesto una cuestión primordial: el cómo vivir juntos. Ya vemos, de la soledad del Flâneur a las formas de sociabilizar. Paso a paso erramos en un caminar ensayístico, expresándonos como un Flâneur que usa su caminar como herramienta de cuestión y descubrimiento.




Lo que el método ensayístico nos permite expresar es lo que de él recogemos: su producción, por eso, es personalísima: el Yo es primordial. Si bien esto podría entenderse como un soliloquio del Flâneur, no lo es: no son solo abstracciones: es la expresión de haber doblado una esquina lo que subyace, por ejemplo, en una futura evasiva verbal. La gramática antecede y excede al texto. La gramática, de hecho, trasciende la lingüística. Es así que el ensayo puede ir desde la desarticulación de una topografía (el Flâneur lo hace) hasta lo que el ensayista necesite imperiosamente singularizar, esto es: su impronta existencial.




Lejos está la interpretación del trabajo ensayístico. El ensayista no es un intérprete. Cuando se me disparó este posteo fue a raíz de haber visto un video de Louis Armstrong. Su actuación, no en el sentido escénico sino en el más profundo, el de acto, actitud, gesto, me resultó notablemente singular. Por primera vez sentí que el cantante no estaba interpretando una canción, sino experimentando a través de ella. What a wonderful world, en este caso, es la lucha cruda de un ser viviente con su propio organismo. Una interrogación sobre su propia organización. La hipótesis, o las hipótesis que parecen formarse en su actuación son múltiples y una: ¿cómo puedo cantar? ¿cuánto puedo? Hay asombro. Hay milagro.




Armstrong no interpreta una canción, no. Pido que sintamos al sonido mismo como organismo. Una vez leí que la salud era el silencio de los órganos. Aquí planteo su contrario (sin negar la máxima anterior): la salud es el sonido de los órganos. Lo que de ellos expresemos, seremos. Aquí, la jaculatoria es el sound en sí. La expresión, tal vez de un estómago hambriento, de un apetito primordial: es la modulación particular de Armstrong una interjección muy íntima. Como el “ajjj” de desprecio, que es la cerrazón de una garganta que no quiere que nada pase por ella, que rechaza lo que a uno intenta asimilarse.




“En sus clases y conversaciones sobre estética, el filósofo explica que un niño aprende la palabra “bello” del mismo modo que si se tratara de interjecciones; la palabra se enseña como un sustituto de un gesto, de un tono de voz, de una expresión corporal o de una impresión súbita. Wittgenstein había sido maestro de escuela primaria y sabía que en la enseñanza es muy útil exagerar los gestos y las expresiones para denotar algo. En el caso de la palabra “bello”, los gestos o el tono de voz funcionan como una interjección de asentimiento. ¿Qué hace que la palabra sea de asentimiento y no de desaprobación o de sorpresa? No la forma de la palabra, sino el juego en que aparece. Para Wittgenstein, el lenguaje es parte de un grupo de actividades como hablar, escribir, viajar en autobús o encontrar a alguien. El lenguaje no es un estrato que subyazca, preceda o vehicule otras actividades. “No partimos de palabras determinadas, sino de ocasiones y actividades determinadas...”, explicaba; nos concentramos en las ocasiones en que se dicen las palabras y no en las palabras mismas.” Leído aquí.

Insisto. Vean y escuchen este video.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que impresionante que lea esto tres años despues. me gusto mucho quiero entrar al mundo del ensayo y esto me ha ayudado! :)

Diego dijo...

Genial, anónimo, el ensayo es una herramienta de prosperidad intelectual y espiritual, suerte!