16 de noviembre de 2010

Lost; de la pasión.

Para empezar, y a modo de argumento insuficiente (ya que la pasión es siempre excesiva), cito este fragmento de un texto de Claudio Magris, Robinson y los Robinsones:

“Un gran libro no se agota nunca en las interpretaciones ideológicas, que no lo empobrecen sino que lo enriquecen, demostrando su inacabable riqueza que a cada época, como a cada lector, desvela nuevos aspectos y nuevos significados y responde así a las diferentes preguntas de las generaciones que se suceden. Cuando Marx lee y discute sobre Robinson Crusoe es como Platón cuando lee y discute sobre Homero, yendo más lejos que él, pero sólo gracias a él, y encontrándoselo a cada paso inesperadamente delante.”

Yo estoy viendo Lost nuevamente, de la primera a la última temporada (aunque ya haya visto la mayoría de los 121 capítulos más de una vez). Y es que la serie no me abandona. Sin embargo no la miro como un fan, no me obsesiona ni mi interesa defenderla ante nadie (¿a quién engaño?).




El otro día, mientras abrazaba a mi mujer, pensaba que ese cuerpo, como el mío, irremediablemente se enfriaría. Así que no es difícil suponer lo inobjetable de mi pasión, que poco tiene que ver con el lamento de la mortalidad, sino con el calor temporal de los actos humanos. Se trata de la forma en que nos consumimos, de qué hacemos, pero sobre todo, de ¿qué es lo que estamos haciéndonos?

Porque ese calor, que es el de la lucha diaria, y que es también el de una isla tropical, es el que hay que regular. Sabemos que el delirio se encuentra apenas unos grados arriba, sabemos que el temperamento es más un equilibrio (al que no debemos perderle ojo) que un rasgo inalterable de nuestro carácter. Y también sabemos que la línea que separa la perseverancia de la obstinación es la misma que separa al Progreso, del Ideal neurótico (dos caras de la misma moneda). Temporalidad y temperamentalidad siempre juegan juntas. Y es que el poder cambiar no es una premisa, es un hecho inevitable: ya lo dijo el mismo autor del carpe diem:

“...nacido bajo el maligno influjo del cambio”.

Precisamente sobre esa necesidad temporal que conjuramos segundo a segundo, sobre las pasiones y obsesiones, sobre la forma de vivir juntos, se construyen los personajes de la serie sobre la cual nada dice Borges:

“Recuerdo, aquí voy a citar una obra ilustre, un poema de Milton, por cierto no el mejor, titulado El paraíso perdido, al que siguió El paraíso recuperado. Alguno pensaría que el tema sería la pasión de Cristo, su crucifixión voluntaria, una escena tan dramática. Quizá Milton no la eligió porque sabía que todo ya estaba insuperablemente dicho en la Biblia sobra La Pasión de Jesús. En cambio él tomo como título El paraíso recuperado, por el paraíso que recupera Cristo cuando renuncia a la tentación que le ofrece el demonio. Primero las tentaciones meramente físicas, después las tentaciones del poder, luego las tentaciones de la cultura ejemplificada por él en la cultura greco-romana. Cristo vuelve a su casa e interviene en el poema, ha concluido el diálogo con el diablo y ha resuelto ser Cristo y hacerse crucificar. Ese es para Milton el momento importante, es decir no el momento del acto, sino el momento en que decidimos la motivación del acto (…). Además Oscar Wilde ya dijo que todos los acontecimientos de la historia comienzan en la mente. Yo iría más lejos, diría que todo comienza siendo una conversación, un diálogo.” Del libro El otro Borges, de la entrevista titulada: Algunos viven obsesionados.


Motivos: tomemos nota sobre esos momentos en que decidimos la motivación de nuestros actos; ¿qué justificación, qué justicia acabamos dándonos ante las desavenencias que el cambio nos instaura?

1 comentario:

Alex dijo...

no siempre sé qué motiva mis actos