4 de septiembre de 2009

Exorcizado.

No sé cómo aparecí aquí.
Veo mucho espacio. Y parece no haber más nada en el universo que una repetición de esta tierra que piso. No camino, si lo hiciese, se agregaría un metro más.

Lo terrible es que hay una profundidad en mí lo suficientemente grande como para no querer recorrerla. Me siento monstruoso, pero de una manera abstracta.

No puedo mirarme, no estoy precisamente donde está mi voz. Y al mismo tiempo, hay un abismo entre lo que digo y lo que escucho. Contemplarme, de alguna manera, me disgrega angustiosamente. Es un borramiento que nunca acaba. Estaré muerto. Aunque extrañamente eso no significa nada ahora. Dantesco.

A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!


Ahora no sé si alguna vez no estuve aquí. A ver lo que veo. Luz no hay, la reemplaza una claridad fría, sin foco, abarcadora de todo, de manera que no hay fin hacia donde veo. Todo el universo se precipita a partir de mi mirada. ¿Quién está conmigo, en mí? ¿Dentro de qué o quien estoy? Me siento algo animal, puro contexto. Una emergencia sin destino. Zooy.






Recuerdo a Ricardo Mollo, su voz sentida, la presencia de Divididos como flotando en mi Hurlingham. Todo es un tanto salvaje en la vida de quien ve al rock como cualquier otra piedra. Igualmente, Arnedo tenía su Alfa Romeo. Era gris, tenía pegada la neblina local.

Oremos:

Que hay de esa imagen en mi cielo
no creo ser tan importante
camino mi propia luz
y me siento un haz de luz
Claridad del propio ser.

Luz, luz, luz del alma
soy un hombre que espera el alba.

Que hay de esa imagen en mi infierno
si ya fui roto a tomar aire
caminaste por mis brazas
me soñé en la oscuridad
me estrellé contra mí.

Luz, luz, luz del alma
soy un hombre que espera el alba.

No confunda che pastor
no me interesa tu cielo
toda el agua va hacia el mar.

Luz, luz, luz del alma
soy un hombre que espera el alba.
Luz, luz, luz del alba
soy un hombre que espera el alma.

No me voy a engañar. Loco me sé que no. Y de seguro esto no es el infierno, ni el cielo, ni el purgatorio.






Hay algo que se me dice, no puedo ignorarlo: no luches con monstruos para así no convertirte en uno de ellos; si contemplas el abismo, el abismo te devuelve la mirada. Esta frase aparece una y otra vez, como que viene de adentro, y como que crece al punto de tenerme en su cuerpo y ser yo su interior. Es de Nietzsche, pero es mía, me explica.

Tengo las piernas como raíces secas. No hay razón para la angustia que me produce verme atado. Una y otra vez la tierra es raíz y la raíz pierna. Quisiera tener una madre.

¿Qué es esto de serlo todo? Terrible el Aleph. Es una idea patética. Hay que olvidarla: será el olvido la única venganza y el único perdón.

Esta voz al oído me harta, tiene la vaguedad de un mal sueño. El universo es un ente sin coraje. O uno es un cobarde que inventa el coraje para morir con egoísmo y heroísmo; se trata de la excusa, la excusa que, finalmente, es nuestra alianza y traición.






Las piernas están como si no estuviesen. Si algo de reptil hay en esta posesión, sea entonces San Jorge el que me de libertad y curación.

No soy yo quien me dicto, ni un fantasma el que me apunta. Es como si todo emanara de una nota manuscrita y anónima. Una nota dejada por alguien que finalmente saltó por una ventana; esa pesadez tiene. Pienso en Deleuze y en toda su filosofía, ahora inútil, contradicha por él mismo, no en palabras, sino en caída libre: me equivoqué, la vejez no era como la pensaba.

Mi pensamiento, en vena, se levanta y fallece en cada afirmación. Demasiadas cosas en consideración. Todos los hombres cargamos, de repente, con algo demasiado grande; será la humanidad quien nos corresponde, y a la cual, sin embargo, no podemos corresponder. El sentimiento de ello doblega (las piernas están como si no estuviesen).

Hay independencia hasta en las propias células. Uno no puede ni con su intimidad. Y no es irreal. La libertad nos tiene. Proliferación de la vida por la puntualidad de la muerte. Sin apoptosis no hay salud. Sin muerte hay cáncer.

Las rodillas duelen, justo ahí, sí, también ahí: en la trivialidad de una articulación, el tiempo pasa, porque no solo las ideas envejecen. La artrosis nunca es solo lo que es. ¿Ya seré viejo?

Pensar lo menos posible, esa es la única forma de caminar. Supongo que eso habré hecho. No lo recuerdo. No sé si alguna vez estuve allí. Por lo pronto ya no hay lo que había. La respiración ahora es pulmonar, hace momentos no la necesitaba; algo me prestaba su muerte y a algo le prestaba mi vida. Todavía estoy entumecido, algo anquilosado.

3 comentarios:

Alex dijo...

todos los caminos llevan a Freud

Diego dijo...

Ni a palos, Alex.

Alex dijo...

te juro, mientras leía me vino a la cabeza más allá del principio de placer.